El Alma del Guerrero

Apenas había recorrido seis pasos hacia el grupo de caballos y asistentes que se encontraba al frente de nuestro escuadrón cuando... Pero ya lo habéis adivinado. Claro. Y yo también lo adiviné, y os doy mi palabra que el disparo de la pistola de Tomassov fue lo más insignificante que se pueda imaginar. La nieve absorbe sin duda los sonidos. No fue más que un leve chasquido. No creo que ni uno solo de los asistentes que sujetaban nuestros caballos volviera la cabeza.

Sí. Tomassov lo había hecho. El destino había dirigido los pasos de De Castel hacia el hombre que podía comprenderle perfectamente. Pero al pobre Tomassov le cayó en suerte ser la víctima predestinada. Ya sabéis cómo son la justicia del mundo y el juicio de la humanidad, y ambas cayeron sobre él con una especie de hipocresía invertida. ¡Vaya que sí! ¡Aquel bruto de ayudante fue el primero que empezó a hacer correr horrorizados rumores acerca del asesinato a sangre fría de un prisionero! Tomassov, naturalmente, no fue licenciado. Pero después del asedio de Dantzig, solicitó autorización para abandonar el ejército, y se alejó para sepultarse en lo más recóndito de su provincia, donde una vaga historia de cierto acto oscuro le persiguió durante muchos años.


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