El último de los Mohicanos

—¡Por el buen Dios, habrá toda una manada de ellos! —gritó el explorador, cuyos ojos comenzaron a desvelar el ardor propio de sus actividades habituales—. ¡Si se ponen al alcance de mis balas, derribaré a uno de ellos, aunque puedan oírlo las seis naciones indias al completo! ¿Qué escuchas, Chingachgook? Para mis oídos, es como si el bosque estuviese mudo.

—Sólo hay un ciervo, y está muerto —dijo el indio, agachándose hasta que su oreja prácticamente tocaba en el suelo—. ¡Oigo todo tipo de pisadas!

—Quizá sean lobos que se han llevado el gamo a su guarida y continúan siguiendo el rastro de la manada.

—No. ¡Se acercan caballos de hombres blancos! —contestó el otro, levantándose con dignidad y volviendo a sentarse sobre el tronco con la misma compostura que antes—. Ojo de halcón, son hermanos tuyos; habla con ellos.




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