El último de los Mohicanos

Cooper no busca la originalidad ni el artificio literario, es, sencillamente, un narrador guiado por un ideal patriótico y por la búsqueda incansable del equilibrio entre democracia y aristocracia, mientras que el país estaba cambiando demasiado rápido para él: los «gentlemen» o «caballeros» estaban desapareciendo, cediendo ante el paso arrollador de comerciantes y fabricantes. Todo este proceso lo expresa el autor según la ética y la estética del movimiento literario imperante entonces en el mundo occidental: el romanticismo. Movimiento que, oportunamente, abarcaba las preocupaciones políticas del propio Cooper: el nacionalismo en su vertiente política y paisajística, tal como el simbolismo del mar y el bosque salvaje y libre para los norteamericanos, y el romance, que favorecía la exageración y promovía las casualidades propias del carácter épico; todo ello sobre unas líneas históricas que conferían verosimilitud a la obra, a la vez que inscribían a los Estados Unidos en la literatura.






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