El último de los Mohicanos

Uncas contestó a la llamada saltando sobre un enemigo y hundiendo su tomahawk en el cráneo del mismo de un solo golpe certero. Heyward arrancó el arma de Magua del arbolillo y se sumó rápidamente a la lucha. Dado que las fuerzas estaban ahora igualadas, cada uno de los de un bando se enfrentaba a otro del bando contrario. Los movimientos y golpes se sucedían con la furia de un huracán y la rapidez de un relámpago. Ojo de halcón enseguida tuvo a otro enemigo al alcance de su mano y, con un solo giro de su formidable arma derribó a su contrincante, el cual quedó destrozado en el suelo a causa de la enorme fuerza del golpe. Heyward se aventuró a lanzar el tomahawk que había decomisado, pero no esperó hasta tener a su oponente lo suficientemente cerca. El arma golpeó al indio en la frente pero no le derribó. Animado por la aparente ventaja, el joven impetuoso se abalanzó sobre él sin más armas que sus puños. Inmediatamente se percató de lo apresurado de su proceder al verse esquivando desesperadamente al hurón, tratando de evitar las puñaladas que intentaba darle el salvaje con su cuchillo. Como era incapaz de derrotar a un enemigo tan astuto e incansable, decidió intentar neutralizar sus movimientos mediante una llave de abrazo, aprisionando los brazos del otro con toda la férrea presión que pudieron aplicar los suyos. Con todo, era evidente que no podría mantener esa fuerza durante mucho tiempo. En esto, oyó una voz cercana decir:

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