El último de los Mohicanos

Sin esperar confirmación ni réplica de ninguna clase por parte de sus acompañantes, el experimentado cazador se adentró con espíritu decidido en la espesura que formaban unos castaños jóvenes, apartando las exuberantes ramas que casi llegaban al suelo. Hizo esto con la seguridad de aquel que sabía que a cada paso iba a encontrarse con algo que le era familiar. La memoria del explorador no le decepcionó; tras penetrar la maleza y las zarzas que cubrían el suelo, a unos cien metros, salió a un espacio abierto que circundaba a una pequeña colina verde, sobre la cual se erigía la vieja cabaña fortificada antes aludida. La rudimentaria y cochambrosa estructura era una de esas obras que, habiendo sido construidas durante una emergencia, fueron abandonadas al cesar el peligro en cuestión. Ahora se derrumbaba poco a poco con el paso del tiempo, prácticamente olvidada en el seno del bosque, al igual que las circunstancias que motivaron su edificación. Reliquias de este tipo, que representan el avance y el esfuerzo del hombre, son muy frecuentes por toda la extensión boscosa que en su día dividía a las provincias enemigas, y constituyen una especie de ruinas, íntimamente asociadas con la historia colonial, además de servir para resaltar el carácter romántico de los ambientes sobre los que se asientan[21]. El tejado de corteza de árbol ya había cedido, pudriéndose al cabo del tiempo, pero los inmensos troncos de pino que se habían colocado apresuradamente aún conservaban sus posiciones originales, a pesar de que una esquina de la estructura se había hundido ligeramente por su peso, amenazando con arrastrar consigo al resto de la edificación. Mientras Heyward y sus acompañantes se mostraron reacios a aproximarse a un edificio tan deteriorado, Ojo de halcón y los indios se introdujeron, no sólo sin miedo, sino con gran interés dentro de la estructura. A la vez que el primero de ellos inspeccionaba las paredes de las ruinas, tanto por fuera como por dentro, con la curiosidad propia de aquél que revivía hechos pasados, Chingachgook le contaba a su hijo, en el lenguaje de los delaware y con el orgullo de un conquistador, la breve historia de la escaramuza que había sido librada en ese desolado lugar durante su juventud. Cierto tono melancólico, sin embargo, se entremezclaba con su ánimo triunfante, con lo que su voz de nuevo se tomaba suave y musical.

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