El último de los Mohicanos

—¡El hombre me ha traicionado! —exclamó finalmente Munro, con amargura—. Ha llevado el deshonor a las puertas de una casa en la que jamás se conoció esa desgracia, ha provocado que la vergüenza se cierna sobre mis canas.

—No diga eso —gritó Duncan—, aún somos los dueños de la fortaleza, así como de nuestro honor. Podemos aún vender nuestras vidas a un precio tan caro que el enemigo lo considere excesivamente elevado.

—Gracias, muchacho —dijo el anciano, saliendo de su estupor—. Le has recordado a Munro, de una vez, cuál es su deber. Volveremos y cavaremos nuestras tumbas tras esos muros.

—Monsieurs —dijo Montcalm, dando un paso hacia ellos con sincero interés por su situación—, no conocen ustedes a Louis de St. Véran si le creen capaz de sacar provecho de la presente misiva para humillar a los valientes, o para forjarse una reputación deshonesta. Escuchen mis condiciones antes de irse.

—¿Qué quiere el francés? —exigió saber el veterano, con gesto serio—. ¿Acaso piensa que es toda una hazaña militar el haber capturado a un explorador que portaba un mensaje? Amigo, entonces será mejor que deje de asediarnos y se vaya con su ejército ante el fuerte Edward, si es que pretende asustar a alguien.

Duncan tradujo el discurso de Montcalm.

eXTReMe Tracker