El último de los Mohicanos

Fue durante estos momentos de profundo silencio que la lona que cubría la entrada a una espaciosa caseta en el campamento francés fue retirada, saliendo un hombre a recibir el aire fresco de la mañana. Estaba envuelto en una capa que parecía haber sido diseñada para protegerse de las fuertes heladas del bosque, pero que a la vez servía para ocultar su persona. Se le permitió pasar por donde se encontraba el granadero que hacía guardia ante el lugar en el que dormía el jefe francés. No se le detuvo en su avance, sino que tan sólo se le brindaron los saludos de fumo, los cuales devolvió sin mucho aprecio. Este individuo, ataviado de tal modo que los centinelas lo reconocían sencillamente como un oficial que casualmente pasaba por el lugar, siguió su camino a través de la multitud de tiendas de campaña, en dirección a la fortaleza William Henry, sin que nadie le impidiera el paso.

A excepción de esas breves interrupciones rutinarias que hemos mencionado, no cesó de caminar, abriéndose paso silenciosamente desde el centro del campamento hasta las posiciones más avanzadas de las fuerzas francesas, hasta que llegó al lugar en el que estaba el soldado que hacía guardia en el punto más próximo a la fortaleza enemiga. Al acercarse se encontró con la acostumbrada pregunta desafiante:

Qui vive?

France —fue la respuesta.

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