El último de los Mohicanos

El tercer día después de la toma del fuerte llegaba a su fin, pero el presente relato aún debe atraer la atención del lector hacia las orillas del «lago sagrado». La última vez que fueron vistos los alrededores de la fortaleza primaba en ellos la violencia y el tumulto. Ahora la quietud y la muerte presidían el lugar. Los matarifes sanguinarios ya se habían marchado; su campamento, donde antes habían sonado las alegrías de la victoria, ahora permanecía en silencio. La fortaleza se había convertido en un cúmulo de ruinas humeantes, escombros chamuscados, fragmentos de artillería inutilizada y piedras derruidas que cubrían el montículo en confuso desorden.











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