El último de los Mohicanos

Aún se encontraba Duncan estudiando a su vecino con gran curiosidad cuando apareció a su lado el explorador, sin hacer el más mínimo ruido.

—En efecto, hemos llegado a su campamento —le susurró el joven militar—; he aquí a uno de los salvajes, sin ir más lejos, impidiéndonos avanzar.

Ojo de halcón se estremeció y elevó su fusil cuando, siguiendo la dirección señalada por su compañero, pudo apreciar la imagen del extraño. Entonces, tras bajar la mortífera arma, extendió su cuello hacia adelante, como si quisiera cerciorarse de algo que había detectado.

—Ese diablo no es un hurón —dijo—, ni tampoco un miembro de ninguna de las tribus del Canadá; y, sin embargo, las ropas que lleva se las debió de quitar a un blanco. Claro, Montcalm ha estado peinando el bosque para asegurarse el camino, juntando toda clase de indeseables asesinos salvajes. ¿Ha visto dónde ha posado su carabina o su fusil?

Aparentemente no lleva armas; ni parece tener malas intenciones. A no ser que dé la voz de alarma a sus compañeros, quienes, como puede ver, están donde el agua, no tenemos nada que temer de su parte.

El explorador se volvió hacia Heyward y le miró con sorpresa no disimulada. A continuación rompió a reír, aunque en silencio, como solía hacerlo en momentos de posible peligro.

eXTReMe Tracker