El último de los Mohicanos

En el lado opuesto al descampado, cerca del lugar en el que el arroyo descendía por unas rocas desde un punto más alto, podían divisarse unas cincuenta o sesenta edificaciones rudimentarias, todas hechas combinando troncos de árbol, ramas y arcilla. Estaban dispuestas sin orden previo ni esquema estético. En verdad, resultaban muy inferiores a las observadas anteriormente por Duncan, tanto que incluso esperaba que pudieran suponer alguna sorpresa adicional. El grado de suspense que experimentaba estaba aún más lejos de la distensión debido a que, en la penumbra, vio cómo unas veinte o treinta siluetas se elevaban por encima de la alta y espesa hierba delante de las viviendas, para hundirse de nuevo en ella de modo alternante. Por las apariencias, estas formas daban la sensación de ser unos misteriosos espectros que estaban al acecho, u otro tipo de seres sobrenaturales, más que criaturas normales de carne y hueso. Una de estas formas amenazantes y desnudas dio la impresión momentánea de que había levantado sus brazos y hubiera desaparecido sin dejar rastro, para luego aparecer en otro punto, más distante, o bien dejar que otra sombra ocupara su lugar. David, al observar que su compañero se rezagaba, miró en la misma dirección y le reconfortó en cierta medida al decirle:



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