El último de los Mohicanos

No fue necesario que Uncas y el explorador hicieran ningún alarde de fortaleza de espíritu al reanudar el paso digno y decidido que habían adoptado al pasar junto a las edificaciones, sobre todo al percibir que la curiosidad pronto se adelantaría al miedo en el caso de los vigilantes y les haría aproximarse a la puerta de la choza para comprobar el efecto de los encantamientos. El menor movimiento inesperado o sospechoso por parte de David podría suponer la ruina para ellos, y el tiempo era un elemento importante que no se podía desperdiciar si querían ponerse a salvo. Los ruidos que el explorador creyó conveniente seguir emitiendo atrajeron numerosos curiosos que salían a observarles desde las puertas de sus chozas cuando pasaban; y en un par de ocasiones se les cruzó algún guerrero de semblante tenebroso, llevado por la curiosidad o la superstición. No obstante, nadie les detuvo, y tanto la oscuridad reinante como su arrogante actitud les sirvieron de aliados.

Los valientes ya habían salido del poblado y se dirigían rápidamente hacia el cobijo boscoso, cuando un grito prolongado y estridente se oyó desde la choza en la que había estado confinado Uncas. El mohicano se estremeció, haciendo que se sacudieran tanto las pieles que le cubrían que daba la sensación de que el oso que representaba iba a llevar a cabo algún extraordinario esfuerzo.

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