Robinson Crusoe

Hecho esto planté más allá de la muralla y en una gran extensión multitud de estacas de un árbol parecido al sauce mimbrero, que crece con gran prontitud y es muy sólido. Creo que puse cerca de veinte mil estacas, cuidando de dejar un claro entre ellas y la muralla para tener visibilidad del enemigo y evitar al mismo tiempo que se protegiera entre los árboles para asaltar la empalizada.

A los dos años tenía formado un tupido seto, y cinco o seis años más tarde se había convertido en un verdadero bosque delante de mi morada, tan espeso y compacto que resultaba absolutamente intransitable. Ningún ser humano, sea quien fuere, podría haber imaginado que detrás de aquella selva había una vivienda. En cuanto a la manera de entrar y salir, cuidé de no dejar señal ni paso alguno. Colocaba una escalera hasta la parte baja de la roca donde había lugar para apoyar una segunda, de manera que cuando había retirado las dos escaleras nadie hubiese podido llegar hasta mí sin destrozarse; y aun llegando, se habría encontrado fuera de mi muralla exterior.

Había, pues, adoptado todas las precauciones que la prudencia humana podía aconsejar para mi propia seguridad, y pronto se verá que no estaban del todo injustificadas, bien que en aquel entonces sólo preveía vagamente lo que mi miedo me insinuaba.

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