Oliver Twist

Felices, muy felices, fueron los días de la convalecencia de Oliver. Respiraba tal ambiente de tranquilidad, lo veía todo tan limpio, tan ordenado, hacíanle objeto de cuidados y atenciones tan tiernas, que acordándose del ruido, de la turbulencia, de la agitación que fue siempre su medio ambiente, creía encontrarse en un paraíso de delicias. No bien recobró fuerzas bastantes para vestirse y andar, el señor Brownlow le compró un traje nuevecito, sin olvidar su gorra y zapatos, manifestando al propio tiempo a su protegido que podía hacer con el viejo lo que le acomodara. Oliver lo regaló todo a una criada que le había atendido con solicitud cariñosa durante su enfermedad, topándole que lo vendiera a cualquier judío y se quedara con su valor. La sirvienta no se lo hizo repetir. Oliver, que desde una ventana presenció la venta, y vio cómo el judío guardaba todas las prendas en un saco y se alejaba, experimentó viva alegría al pensar que no existían probabilidades de que jamás aquellas prendas volvieran a adornar su cuerpo. En rigor, eran una colección de harapos, pues el pobre muchacho no había tenido hasta entonces la satisfacción de vestir una prenda nueva.




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