Oliver Twist

Una noche, prolongaron el paseo mucho más tiempo que el que por costumbre tenían, pues el día había estado caluroso en demasía, brillaba la luna en todo su esplendor y había nacido una brisa más fresca que en los anteriores días. Por otra parte, Rosa estaba más animada y de mejor humor que nunca, durante el paseo se sostuvieron alegres conversaciones y, como consecuencia, aquél rebasó por mucho los límites ordinarios. Cuando la señora Maylie manifestó síntomas de cansancio, emprendieron lentamente la vuelta a casa. Rosa, no bien se quitó el sombrero, sentóse al piano, como de costumbre. Sus delicados dedos recorrieron el teclado del instrumento al que arrancaron algunos arpegios, con frente nublada y mirada distraída tocó una sonata muy triste, y sus oyentes pudieron oír que suspiraba, que sollozaba.

—¡Rosa… niña querida! —exclamó la dama.

Por toda contestación, Rosa tocó con aire más animado, como si voz de su tía hubiera ahuyenta de su mente tristes pensamientos.

—¿Qué te pasa, Rosa? —preguntó su tía, levantándose precipitadamente e inclinándose sobre la joven—. ¡Cómo! ¿Lloras? ¿Qué es lo que te apena, ángel mío?

—¡Nada, tía mía, nada! —respondió la doncella—. No sé lo que es… No podría describirlo… pero siento…

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