Oliver Twist

En el momento en que pasaba la cabeza por el nudo corredizo, que debía sujetarle por debajo de los brazos, vióle el caballero anciano de quien hemos hablado antes, el cual permanecía aferrado a la barandilla con objeto de resistir los empujones de las gentes y conservar su posición. A voz en cuello dio el grito de alarma, descubriendo la tentativa de evasión. El asesino oyó el grito, comprendió que se le cerraba el camino único de salvación que creyó le quedaba, y volvió la cabeza desesperado. ¡El alarido de terror que en aquel punto brotó de sus labios no parecía de criatura humana!

—¡Los ojos… siempre los ojos! —aulló.

Como herido por un rayo se tambaleó, vaciló, perdió el equilibrio y cayó desde el alero del tejado con el lazo corredizo al cuello. Cayó desde una altura de treinta y cinco pies. El peso de su cuerpo cerró el lazo, se tendió la cuerda, prodújose una sacudida brusca, una convulsión terrible, pero muy breve, agitó todos los miembros del criminal, y éste quedó suspendido, agarrando con mano convulsa el cuchillo que no tuvo ocasión de utilizar.

Retembló la vetusta chimenea, pero resistió valiente la sacudida. El cuerpo sin vida de Sikes quedó balanceándose frente al ventanillo del cuarto en que Bates estaba encerrado. Loco de espanto el pobre muchacho, pidió a gritos y por el amor de Dios que le sacasen de allí.

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