Crimen y Castigo

Capítulo 4

 

Zosimof era, como ya hemos dicho, alto y grueso. Tenía veintisiete años, una cara pálida, carnosa y cuidadosamente rasurada, y el cabello liso. Llevaba lentes y en uno de sus dedos, hinchados de grasa, un anillo de oro. Vestía un amplio, elegante y ligero abrigo y un pantalón de verano. Toda la ropa que llevaba tenía un sello de elegancia y era cómoda y de superior calidad. Su camisa era de una blancura irreprochable, y la cadena de su reloj, gruesa y maciza. En sus maneras había cierta flemática lentitud y una desenvoltura que parecía afectada. Ejercía una tenaz vigilancia sobre sí mismo, pero su presunción hallaba a cada momento el modo de delatarse. Entre sus conocidos cundía la opinión de que era un hombre difícil de tratar, pero todos reconocían su capacidad como médico.

‑He pasado dos veces por tu casa, querido Zosimof ‑exclamó Rasumikhine‑. Como ves, el enfermo ha vuelto en sí.

‑Ya lo veo, ya lo veo ‑dijo Zosimof. Y preguntó a Raskolnikof, mirándole atentamente‑: ¿Qué, cómo van esos ánimos?

Acto seguido se sentó en el diván, a los pies del enfermo, mejor dicho, se recostó cómodamente.

eXTReMe Tracker