Crimen y Castigo

Capítulo 1

 

Raskolnikof se levantó y quedó sentado en el diván. Con un leve gesto indicó a Rasumikhine que suspendiera el torrente de su elocuencia desordenada y las frases de consuelo que dirigía a su hermana y a su madre. Después, cogiendo a las dos mujeres de la mano, las observó en silencio, alternativamente, por espacio de dos minutos cuando menos. Esta mirada inquietó profundamente a la madre: había en ella una sensibilidad tan fuerte, que resultaba dolorosa. Pero, al mismo tiempo, había en aquellos ojos una fijeza de insensatez. Pulqueria Alejandrovna se echó a llorar. Avdotia Romanovna estaba pálida y su mano temblaba en la de Rodia.

‑Volved a vuestro alojamiento… con él ‑dijo Raskolnikof con voz entrecortada y señalando a Rasumikhine‑. Ya hablaremos mañana. ¿Hace mucho que habéis llegado?

‑Esta tarde, Rodia ‑repuso Pulqueria Alejandrovna‑. El tren se ha retrasado. Pero oye, Rodia: no te dejaré por nada del mundo; pasaré la noche aquí, cerca de…

‑¡No me atormentéis! ‑la interrumpió el enfermo, irritado.

‑Yo me quedaré con él ‑dijo al punto Rasumikhine‑, y no te dejaré solo ni un segundo. Que se vayan al diablo mis invitados. No me importa que les sepa mal. Allí estará mi tío para atenderlos.

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