Los hermanos Karamazov

—¡Hace un siglo que no lo veo! ¡Una semana entera! ¡Ah! Sé que vino usted hace cuatro días, el miércoles pasado. Ahora va usted a ver a Lise. Estoy segura de que habrá entrado de puntillas para que yo no le oyese. ¡Si supiera usted lo inquieta que estoy por ella, mi querido Alexei Fiodorovitch! Esto es lo principal, pero ya hablaremos de ello después. Le confío enteramente a mi Lise.

Desaparecido el starets Zósimo, que descanse en paz —y se santiguó—, usted es para mí un asceta, aunque le sienta muy bien su nueva ropa. ¿Cómo ha podido encontrar un sastre tan bueno en nuestra localidad? Ya hablaremos de esto después; es un asunto sin importancia. Perdóneme que me permita llámarlo de vez en cuando, Aliocha. A una vieja como yo, todo se le puede consentir.

Sonrió, coqueta, y continuó:

—Pero dejemos también esto para después. Lo que más me interesa es no olvidarme de lo principal. Le ruego que me avise si divago. Desde el momento en que Lise ha retirado su promesa..., una promesa infantil, Alexei Fiodorovitch..., de casarse con usted, habrá comprendido que su palabra fue un capricho de muchacha enferma, de jovencita que ha permanecido largo tiempo en un sillón. Gracias a Dios, ahora ya puede andar. El nuevo médico que Katia ha hecho venir de Moscú para el asunto de su infortunado hermano, al que mañana... ¿Qué pasará mañana?

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