Los hermanos Karamazov

ESTO NO ES TODO

Para ir a casa de su hermano tenía que pasar ante la de Catalina Ivanovna. Vio luz en las ventanas y se detuvo, decidido a entrar, no sólo porque hacia más de una semana que no había visto a la joven, sino porque se dijo que tal vez Iván estuviera con ella, ya que al día siguiente se tenía que juzgar a Dmitri. En la escalera, débilmente iluminada por una lámpara china, se cruzó con un hombre en el que reconoció a Iván.

—¡Ah! ¿Eres tú? —dijo Iván Fiodorovitch secamente—. ¿Vas a su casa?

—Sí.

—Yo de ti no iría. Está muy agitada y tu visita la trastornará más aún.

—¡No no se vaya, Alexei Fiodorovitch! —gritó una voz desde lo alto de la escalera—. ¿Viene usted de verlo?

—Sí, lo acabo de ver.

—¿Y tiene algo que decirme de su parte? Suba, Aliocha. Y usted también, Iván Fiodorovitch. ¿Oye?

La voz de Katia era tan imperiosa, que Iván, tras un instante de vacilación, decidió volver a subir con Alexei.

—Estaba escuchando —murmuró Iván para sí. Pero Aliocha lo oyó.

Y al entrar en el salón, Iván dijo en voz alta:

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