Desde que lo habían condenado, Mitia estaba casi siempre pensativo. A veces, cuando conversaba con Aliocha, estaba un rato sin decir palabra. Sus meditaciones eran tan dolorosas y profundas, que incluso se olvidaba de su interlocutor. Y
cuando salía de su abstracción, su vuelta a la realidad era tan repentina, tan imprevista para él, que empezaba a hablar de cosas que no tenían ninguna relación con el tema del diálogo. A veces miraba a su hermano como si lo compadeciera, y parecía estar menos a sus anchas con él que con Gruchegnka. No se mostraba muy hablador con ella, pero, apenas la vela entrar, su semblante se iluminaba.
Aliocha se sentó a su lado en silencio. Dmitri lo había esperado con impaciencia, pero no se atrevió a preguntarle sobre lo que tanto deseaba saber. Le parecía imposible que Katia hubiera aceptado su petición de que fuera a verle. Sin embargo, estaba seguro de que su dolor sería intolerable si se negaba a visitarlo.
Aliocha adivinaba los sentimientos que agitaban el alma de su hermano.
—Trifón Borysitch —dijo febrilmente Mitia— casi ha echado abajo su fonda.