Los hermanos Karamazov

Mi secreto está en sus manos. Cuando usted venga mañana a verme, no sé si me atreveré a mirarle. Dígame, Alexei Fiodorovitch: ¿qué pasará si, al verle, no puedo contener la risa como me ha sucedido esta mañana? Me tomará usted por una burlona despiadada y dudará de la sinceridad de mi carta. Por eso le ruego, querido, que no me mire demasiado directamente a la cara cuando venga: podría echarme a reír al verle metido en ese hábito tan largo. Sólo de pensarlo se me hiela el corazón. Le ruego que al principio dirija usted la vista a mi madre y a la ventana.

Ya ve usted: le he escrito una carta de amor. ¿Qué he hecho, Dios mío?

Aliocha, no me desprecie. Si he obrado mal y le causo algún trastorno, perdóneme. Ahora mi reputación, tal vez perdida, está en sus manos.

Seguro que hoy lloraré. Adiós, hasta nuestra terrible entrevista.

LISE.

P. D.: Aliocha, no deje de venir, no falte.

Aliocha leyó dos veces esta carta sin salir de su sorpresa. Se quedó pensativo.

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