Los hermanos Karamazov

Al fin sonrió dulcemente. Se estremeció: esta sonrisa le pareció una falta. Pero un momento después apareció de nuevo en sus labios la sonrisa de felicidad. Guardó la carta en el sobre, hizo la señal de la cruz y se acostó. En su alma había renacido la calma.

«Señor, perdónalos a todos. Protege a esos desgraciados, a esos seres inquietos.

Guíalos, manténlos en el buen camino. Tú que eres el Amor, concédeles a todos la alegria.»

Y Aliocha se sumió en un sueño apacible.





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