Los hermanos Karamazov

—Iré a ver a Liagavi sin pérdida de tiempo... No quiero molestarle más...

Nunca olvidaré el servicio que me ha hecho. Palabra de ruso que no lo olvidaré.

Intentó apoderarse de la mano del viejo para estrecharla, pero Samsonov le miró de tal modo, que Mitia retiró la mano, aunque en seguida se reprochó a sí mismo su desconfianza, diciéndose: «Debe de estar fatigado.»

—Lo hago por ella, señor Samsonov, sólo por ella —dijo con énfasis.

Luego se inclinó, dio media vuelta y se dirigió a la puerta a grandes zancadas.

Temblaba de entusiasmo. Pensaba: «Todo parecía perdido, pero mi ángel guardián me ha salvado. Cuando un hombre de negocios como Samsonov (¡qué noble es!,

¡qué empaque tiene!) me ha indicado este camino, no cabe duda de que tengo el éxito asegurado. Hay que obrar con rapidez. Volveré esta misma noche con la partida ganada... ¿Se habrá burlado de mí ese viejo?»

Así monologaba Mitia al volver a su casa. No veía más que estas dos posibilidades: o había recibido un buen consejo de un hombre experimentado que conocía a Liagavi (¡qué nombre tan chusco!), o el anciano se había burlado de él.

eXTReMe Tracker