El hombre de la máscara de hierro

Colbert

La historia nos dirá, o más bien nos ha dicho las suntuosísimas fiestas que al día siguiente dio a Luis XIV el superintendente. Dos grandes escritores se han comprobado en la reñida competencia entablada entre la «cascada y el surtidor», de la lucha empeñada entre la «fuente de la Corona y los Animales», para saber cuál se llevaba la gloria. Así pues, el día siguiente fue de diversiones y de alegría: hubo paseo, banquete y comedia, comedia en la cual, y con asombro, conoció Porthos a Moliére que desempeñaba uno de los papeles de la farsa «Los Importunos».

Luis XIV, preocupado en la escena de la víspera y dirigiendo el veneno vertido por Colbert, durante todo aquel día se mostró frío, reservado y taciturno, sin embargo de reproducirse a cada paso en aquella encantada mansión todas las maravillas de las «Mil y una noches».

Hasta mediodía no empezó el rey a recobrar un poco la serenidad, sin duda porque acababa de tomar una resolución definitiva.

Aramis, que seguí paso al paso al monarca así en su pensamiento como en su marcha, dedujo que no se haría esperar el acontecimiento que él esperaba.

Ahora Colbert parecía andar de concierto con el obispo de Vannes, tanto, que ni por consejo de éste habría punzado más hondamente el corazón del soberano.

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