El hombre de la máscara de hierro

Incapaz de dominarse, el rey Luis XIV puso de un soberbio puñetazo patas arriba una mesita situada junto al su cama, y perdido el aliento, vestido como estaba, se tiró sobre las sábanas y la emprendió a mordiscos con ellas para hallar por ese sistema el reposo del cuerpo.

El lecho gimió bajo aquel peso, y, aparte algunos suspiros escapados del pecho del rey, todo quedó en silencio en el templo de Morfeo.












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