El hombre de la máscara de hierro

Lesa Majestad

El exaltado furor que se posesionó del rey al ver y leer la carta de Fouquet a La Valiére, poco al poco se resolvió en una fatiga dolorosa.

Allí donde el hombre maduro en su virilidad, o el anciano en su endeblez, hallan continuo alimento a su dolor, el joven, sorprendido por la súbita revelación del mal, se enerva gritando, luchando cuerpo a cuerpo, y se deja vencer más pronto por el inflexible enemigo.

Luis quedó vencido en un cuarto de hora; dejó de acusar con violentas palabras a Fouquet y a La Valiére, y después de haber pasado del furor al despecho, cayó en la postración; tendió los brazos a lo largo del cuerpo, apoyó lánguidamente la cabeza en la almohada de encajes, sus fatigados miembros se estremecieron a impulsos de ligeras contracciones musculares, y de su pecho no partieron ya sino raros suspiros.

El dios Morfeo, que imperaba en aquel aposento besó al rey que cerró suavemente los ojos y se durmió.


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