El hombre de la máscara de hierro

Como suele suceder durante el primer sueño, tan ligero que levanta de la cama el cuerpo y remonta el alma hacia las regiones superiores, al Luis le pareció que el dios Morfeo pintado en la bóveda le miraba con ojos humanos, que en el techo brillaba y se agitaba algo; que los sueños siniestros, por un instante alejados de su sitio dejaban al descubierto su rostro de hombre con actitud contemplativa. Y lo más extraño era que aquel hombre se parecía por manera tan extraordinaria al rey, que Luis tuvo por seguro que veía su propia imagen reflejada en un espejo. Luego le pareció que poco a poco la bóveda iba subiendo, que las figuras y los atributos pintados por Le Brun se obscurecían a causa de un alejamiento progresivo, y que a la inmovilidad de la cama había seguido un movimiento suave, cadencioso como el del duque que se sumerge. El rey creyó que estaba soñando, mientras, la corona de oro que sujetaba las colgaduras de la cama iba alejándose como la cúpula de la cual estaba aquélla suspendida.






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