El hombre de la máscara de hierro

Preparativos de marcha

Athos, hombre fuerte por excelencia, no perdió más tiempo en combatir la inmutable resolución de su hijo; al contrario, empleó los dos días que el duque concedió en hacer preparar cuidadosamente el equipaje de Raúl por el buen Grimaud, que se aplicó a la tarea con el cariño y la inteligencia que todos sabemos.

El conde mandó a su fiel criado que una vez preparados los equipajes, saliese para País, y para no exponerse a hacer esperar al duque, o, a lo menos, a que Raúl fuese tachado de reacio si el duque advertía su ausencia, al día siguiente de la visita de Beaufort emprendió con su hijo el camino de París.

Athos se dirigió a casa de Planchet para saber de D’Artagnan; al llegar a la calle de los Lombardos, se encontró con que en la tienda del droguero había gran movimiento, pero no originado por la venta o la llegada de mercancías. Planchet no oficiaba, como de costumbre, entre sacos y barriles. No. Un sirviente, con la pluma en la oreja, y otro con una libreta en la mano, trazaban cifras y sumas, mientras un tercero contaba y pesaba.

Tratábase de un inventario.

Athos, que no era comerciante, y veía que despedían a muchos parroquianos, se preguntó si él, que nada tenía que comprar, sería allí importuno. Así pues, se acercó a uno de los sir vientes y le dijo con toda finura si podía hablar con el señor Planchet.

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