El hombre de la máscara de hierro

La fuente de plata

El viaje fue agradable. Athos y su hijo atravesaron toda Francia a razón de quince leguas por día. Emplearon quince días en llegar a Tolón y perdieron las huellas de D’Artagnan en Antibes.

Hay que creer que el capitán de mosqueteros quiso guardar el incógnito en aquellos parajes; porque de los informes que tomó Athos, obtuvo la seguridad de que habían visto al jinete que él describió, cambiar caballos por un coche cuidadosamente cerrado que tomó hacia Aviñón.

Raúl sintió mucho no encontrar a D’Artagnan; y es que a su tierno corazón le faltaba la despedida y el consuelo de aquel corazón de acero.

Athos sabía por experiencia que D’Artagnan se volvía impenetrable cuando estaba metido en un negocio serio, ya por cuenta propia o en servicio del rey, y aun temía ofender a su amigo o perjudicarlo, tomando demasiados informes. Sin embargo, cuando Raúl empezó su labor de clasificación para la flotilla, y concentró las gabarras y alijadores para enviarlos a Tolón, uno de los pescadores dijo al conde que su barca estaba en reparación después de un viaje hecho por cuenta de un hidalgo a quien apremiaba mucho embarcarse.

Imaginándose Athos que aquel hombre mentía para quedar libre y ganar más dinero pescando, una vez sus compañeros hubiesen partido, insistió para conseguir pormenores.

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