El hombre de la máscara de hierro

—¡Malhaya! —repuso el capitán—; desde que el rey está aquí, ya nadie es dueño de pasearse a su albedrío; ahora estamos bajo el imperio de la consigna, tanto vos como yo.

Fouquet exhaló otro suspiro, subió a una carroza, tanta era su debilidad, y se encaminó a palacio, escoltado por D’Artagnan, cuya cortesía era ahora tan espantosa como consoladora y alegre había sido poco antes.













eXTReMe Tracker