El hombre de la máscara de hierro

Cómo el rey Luis XIV hizo su pequeño papel

Al apearse Fouquet para entrar en el palacio de Nantes, un hombre del pueblo se le acercó con el mayor respeto y le entregó una carta.

D’Artagnan impidió que aquel hombre hablase con el ministro, y le alejó, pero la carta estaba ya en manos del superintendente, que la abrió y la leyó, dando muestras de un vago terror que no pasó inadvertido al mosquetero. Fouquet metió la carta en la cartera y siguió hacia las habitaciones de Luis XIV.

Al través de las ventanillas abiertas en cada piso del torreón, y subiendo tras Fouquet, D’Artagnan vio en la plaza cómo el hombre de la carta miraba en torno de sí y hacía señales a otros que desaparecían por las calles inmediatas después de haber repetido las señales hechas por el personaje que hemos indicado.

A Fouquet le hicieron esperar un rato en la azotea que hemos citado, que daba a un pasillo junto al cual habían dispuesto el despacho del rey.

D’Artagnan se adelantó entonces al superintendente, a quien había acompañado respetuosamente, y entró en el gabinete de su Majestad.

—¿Y bien? —le preguntó Luis XIV, que al verle entrar cubrió con un gran paño verde el bufete atestado de papeles.

—Está cumplida la orden, Sire.

—¿Y Fouquet?

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