El hombre de la máscara de hierro

Los amigos de M. Fouquet

Luis XIV regresó a París, y con él D’Artagnan, el cual después de haber tomado cuantos informes pudo recoger en Belle-Isle, volvió de ella sin saber nada del secreto que tan bien guardaba la pesada roca de Locmaría, tumba heroica de Porthos.

El capitán de mosqueteros supo lo que habían hecho, con ayuda de tres bretones y contra un ejército entero, los valientes amigos de quienes tan noblemente tomó la defensa e intentó salvar la vida: que a gran distancia, en el mar, habían divisado una barca, a la cual un buque del rey, cual ave de rapiña, había perseguido, tomado y devorado aquel pajarillo que huía con toda rapidez. Pero ahí paraban las certidumbres de D’Artagnan: lo demás eran las conjeturas. ¿Qué pensar? El buque de guerra no había regresado; es verdad que un temporal reinaba hacía tres días. Sin embargo, la corbeta que llevaba a bordo a Aramis era velera y sólida, y podía haber corrido bien el temporal y haber tomado puerto en Brest o entrado por la boca del Loira.

Tales fueron las noticias ambiguas, pero casi tranquilizadoras para él personalmente, que D’Artagnan dio a Luis XIV, cuando éste, seguido de toda la corte, volvía a París.

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