El hombre de la máscara de hierro

—¡Plegue a Dios que yo no confunda al inocente con el culpable! Los que dudan de mi misericordia con los débiles, no me conocen; nunca descargué mi mano sino sobre los arrogantes. Haced lo que el corazón os dicte para aliviar el dolor de la señora Fouquet. Retiraos, señores.

Los tres amigos, con los ojos enjutos, pues las lágrimas se les habían secado al contacto de sus encendidas mejillas y de sus ardientes párpados, se levantaron silenciosamente, sin fuerzas para dar las gracias al rey, que por otra parte puso término a las solemnes reverencias de aquéllos retirándose con presteza detrás de su sillón.

—Muy bien, Sire —dijo D’Artagnan cuando los otros salieron, contestando a la interrogadora mirada del rey—; muy bien, amo mío; si no tuvieseis la divisa en la que campea el sol, os aconsejaría una que podríais hacer traducir al latín por Conrat, ésta: «Blando con el débil, severo con el fuerte».

—Os doy la licencia de que debéis tener necesidad para arreglar los asuntos de vuestro amigo el difunto señor de Vallón —dijo el rey sonriéndose y pasando a la pieza contigua.

eXTReMe Tracker