La Dama de las Camelias

Después de todo, la presencia del señor de G… en el palco de Marguerite era la cosa más normal. Había sido su amante, le llevaba un palco, la acompañaba al espectáculo: todo era muy natural, y desde el momento en que yo tenía por amante a una chica como Marguerite no me quedaba más remedio que aceptar sus costumbres.

No por eso dejé de sentirme menos desdichado el resto de la velada, y al irme me encontraba muy triste, después de haber visto Prudence, al conde y a Marguerite subir a la calesa que los esperaba a la puerta.

Y, sin embargo, un cuarto de hora después ya estaba yo en casa de Prudence. Ella acababa de entrar.








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