La Dama de las Camelias

Así pues, el duque sintió un gran dolor el día en que sus amigos —que estaban al acecho sin cesar con ánimo de sorprender un escándalo por parte de la joven, con la que, decían, estaba comprometiéndose— vinieron a decirle y demostrarle que, en cuanto estaba segura de que él no iría a verla, ella recibía visitas, y que tales visitas se prolongaban con frecuencia hasta la mañana siguiente.

Interrogada al respecto, Marguerite le confesó todo al duque, aconsejándole, sin segundas intenciones, que dejara de ocuparse de ella, porque no se sentía con fuerzas para mantener los compromisos adquiridos y no quería seguir recibiendo más tiempo los beneficios de un hombre a quien estaba engañando.

El duque estuvo ocho días sin aparecer —eso fue todo lo que pudo hacer— y al octavo día vino a suplicar a Marguerite que volviera a admitirlo, prometiéndole aceptarla como era, con tal de poder verla, y jurándole que moriría antes que hacerle un solo reproche.

Así estaban las cosas tres meses después del regreso de Marguerite, es decir, en noviembre o diciembre de 1842.

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