La Dama de las Camelias

—¿Sabes lo que era esa mujer?

—Una entretenida.

—¿Y por ella te has olvidado de ir a vemos este año a ti hermana y a mí?

—Sí, padre, lo confieso.

—¿Entonces quieres mucho a esa mujer?

—Ya lo ve usted, padre, puesto que me ha hecho faltar a su deber sagrado, por el que hoy le pido humildemente perdón.

Sin duda mi padre no se esperaba respuestas tan categóricas, pues pareció reflexionar un instante, tras lo cual me dijo:

—Evidentemente habrás comprendido que no podrías vivir siempre así.

—Lo he temido, padre, pero no lo he comprendido.

—Pero sí que debía haber comprendido usted —continuó mi padre en un tono un poco más seco— que yo no lo toleraría.

—Pensé que, en tanto que no hiciera nada que fuera en contra del respeto que debo a su nombre y a la probidad tradicional de la familia, podría vivir —como vivo, lo cual me tranquilizó un poco respecto a los temores que tenía.

Las pasiones fortalecen contra los sentimientos. Estaba dispuesto a luchar contra todo, incluso contra mi padre, con tal di conservar a Marguerite.

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