La Dama de las Camelias

«Quizá Prudence le haya escrito por algún asunto importante» , me dije cuando estuve solo; pero yo había visto a Prudence a mi llegada y no me había dicho nada que pudiera hacerme suponer que había escrito a Marguerite.

De pronto me acordé de la pregunta que me había hecho la señora Duvernoy cuando le dije que Marguerite estaba enferma: «¿Entonces no vendrá hoy?». Al mismo tiempo recordé la turbación de Prudence cuando la miré después de aquella frase que parecía delatar una cita. A ese recuerdo se unía el de las lágrimas de Marguerite durante todo el día, lágrimas que el buen recibimiento de mi padre me había hecho olvidar un poco.

Desde aquel momento todos los incidentes de la jornada fueron a congregarse en torno a mi primera sospecha y la fijaron tan sólidamente en mi espíritu, que todo la confirmó, hasta la clemencia paterna.

Marguerite casi me había exigido que yo fuera a París; afectó tranquilidad cuando le propuse quedarme con ella. ¿Había caído en una trampa? ¿Me estaba engañando Marguerite? ¿Había contado con estar de vuelta con tiempo suficiente para que yo no me diera cuenta de su ausencia, y la había retenido un imprevisto? ¿Por qué no había dicho nada a Nanine o por qué no me había escrito? ¿Qué querían decir aquellas lágrimas, aquella ausencia, aquel misterio?

eXTReMe Tracker