La Dama de las Camelias

Todo lo que recuerdo es que aquel día, hacia las cinco, me hizo subir con él en una silla de posta. Sin decirme nada, había mandado que preparasen mis maletas, que las colocasen con las suyas detrás del coche, y me llevó con él.

No me di cuenta de lo que hacía hasta que la ciudad hubo desaparecido y la soledad de la carretera me recordó el vacío de mi corazón.

Y otra vez se me saltaron las lágrimas.

Mi padre comprendió que ninguna palabra, ni siquiera suya, me consolaría, y me dejó llorar sin decir nada, contentándose con estrecharme la mano alguna vez, como para recordarme que tenía un amigo a mi lado.

Por la noche dormí un poco. Soñé con Marguerite.

Me desperté sobresaltado, sin comprender por qué estaba en un coche.

Luego la realidad volvió a mi mente y dejé caer la cabeza sobre el pecho.

No me atrevía a hablar con mi padre; seguía temiendo que me dijera: «¿Ves como tenía razón cuando negaba el amor de esa mujer?».

Pero no abusó de su ventaja, y llegamos a C… sin que me dijera más que palabras completamente ajenas al acontecimiento que me había hecho partir.

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