La Dama de las Camelias

Escribí a Prudence que aceptaba las proposiciones del señor conde de N…, y que fuera a decirle que cenaría con ella y con él. Cerré la carta y, sin decirle lo que encerraba, rogué a su padre que la enviara a su destino en llegando a París. No obstante me preguntó que contenía.

—Es la felicidad de su hijo le respondí.

Su padre me besó una vez más. Sentí en mi frente dos lágrimas de agradecimiento, que fueron como el bautismo de mis faltas de otro tiempo y, en el momento en que acababa de consentir en entregarme a otro hombre, irradiaba de orgullo al pensar en lo que redimía por medio de aquella nueva falta.

Era muy natural, Armand; usted me había dicho que su padre era e, hombre más honrado que se podía encontrar.

El señor Duval subió al coche y se fue.

Sin embargo soy mujer y, cuando volví a verlo a usted, no pude menos de llorar, pero no flaqueé.

¿He hecho bien? Eso es lo que me pregunto hoy que he caído enferma en un lecho que quizá sólo muerta dejaré.

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