La Dama de las Camelias

Usted fue testigo de lo que yo experimentaba a medida que se acercaba la hora de nuestra separación inevitable; su padre ya no estaba allí para apoyarme, y hubo un momento en que estuve muy cerca de confesárselo todo, de tan espantada como estaba ante la idea de que usted iba a odiarme y despreciarme.

Quizá no lo crea, Armand, pero rogaba a Dios que me diera fuerza, y la prueba de que aceptó mi sacrificio es que me dio la fuerza que le imploraba.

¡Aún necesité ayuda en aquella cena, pues no quería saber lo que iba A hacer, de tanto como temía que me faltase valor!

¿Quién me hubiera dicho a mí, Marguerite Gautier, que llegaría a sufrir tanto ante la sola idea de tener un nuevo amante?

Bebí para olvidar y, cuando me desperté al día siguiente, estaba en la cama del conde.

Esta es toda la verdad, amigo: juzgue usted y perdóneme, como ya le he perdonado todo el daño que me hizo desde aquel día.

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