Madame Bovary

Durante la cena llegaba el señor Homais. Con el gorro griego en la mano, entraba sin hacer ruido para no molestar a nadie y siempre repitiendo la misma frase: «Buenas noches a todos». Después, instalado en su sitio, al lado de la mesa, entre los dos esposos, preguntaba al médico por sus enfermos, y éste le consultaba sobre la probabilidad de cobrar los honorarios. Luego se comentaban las noticias del periódico. Homais, a aquella hora, se lo sabía casi de memoria; y lo contaba íntegro, con las reflexiones del periodista y todas las historias de las catástrofes individuales ocurridas en Francia y en el extranjero. Pero, cuando se agotaba el tema, no tardaba en hacer algunas observaciones sobre los platos que veía. A veces, incluso, levantándose un poco, indicaba delicadamente a la señora el trozo más tierno, o, dirigiéndose a la muchacha, le daba consejos para la preparación de los guisados y la higiene de los condimentos; hablaba de aroma, osmazomo, jugos y gelatina de una forma deslumbrante. Con la cabeza, por otra parte, más llena de recetas que su farmacia lo estaba de tarros, Homais destacaba en la elaboración de gran número de confituras, vinagres y licores dulces, y conocía también todas las invenciones nuevas de calentadores económicos, además del arte de conservar los quesos y de cuidar los vinos enfermos.


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