Madame Bovary

Capítulo XV

EL público esperaba a lo largo de la pared, colocado simétricamente entre unas barandillas. En la esquina de las calles vecinas, gigantescos carteles anunciaban en caracteres barrocos: Lucía de Lammermoor… Lagardy… Ópera…, etc. Hacía buen tiempo; tenían calor; el sudor corría entre los rizos, todo el mundo sacaba los pañuelos para secarse las frentes enrojecidas; y a veces un viento tibio, que soplaba del río, agitaba suavemente los rebordes de los toldos de cutí[52] que colgaban a la puerta de los cafetines. Un poco más abajo, sin embargo, se notaba el frescor de una corriente de aire glacial que olía a sebo, a cuero y a aceite. Era la emanación de la calle de las Charrettes, llena de grandes almacenes negros donde hacen rodar barricas.

Por miedo a parecer ridícula, Emma quiso antes de entrar dar un paseo por el puerto, y Bovary, por prudencia, guardó los billetes en su mano en el bolsillo del pantalón, apretándola contra su vientre.




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