Madame Bovary

Capítulo IV

Enseguida León empezó a adoptar un aire de superioridad ante sus camaradas, prescindió de su compañía, y descuidó por completo los legajos.

Esperaba las cartas de Emma; las releía. Le contestaba. La evocaba con toda la fuerza de su deseo y de sus recuerdos. En vez de disminuir con la ausencia, aquel deseo de volver a verla se acrecentó de tal modo que un sábado por la mañana se escapó de su despacho.

Cuando desde lo alto de la cuesta divisó en el valle el campanario de la iglesia con su bandera de hojalata que giraba al viento, sintió ese deleite mezcla de vanidad triunfante y de enternecimiento egoísta que deben de experimentar los millonarios cuando vuelven a visitar su pueblo.

Fue a rondar alrededor de su casa. En la cocina brillaba una luz. Espió su sombra detrás de las cortinas. No apareció nada.

La tía Lefrançois al verle hizo grandes exclamaciones, y lo encontró «alto y delgado», mientras que Artemisa, por el contrario, lo encontró «más fuerte y más moreno».

Cenó, como en otro tiempo, en la salita, pero solo, sin el recaudador; pues Binet, «cansado» de esperar «La Golondrina», había decidido cenar una hora antes, y ahora cenaba a las cinco en punto, y aún decía que la vieja carraca se retrasaba.

eXTReMe Tracker