Madame Bovary

Sin embargo, León se decidió; fue a llamar a casa del médico. La señora estaba en su habitación, de donde no bajó hasta un cuarto de hora después. El señor pareció encantado de volver a verle; pero no se movió de casa en toda la noche ni en todo el día siguiente.

León la vio a solas, muy tarde, por la noche, detrás de la huerta, en la callejuela; ¡en la callejuela, como con el otro! Había tormenta y conversaban bajo un paraguas a la luz de los relámpagos.

La separación se les hacía insoportable.

—¡Antes morir! —decía Emma.

Y se retorcía en sus brazos bañada en lágrimas.

—¡Adiós!…, ¡adiós!… ¿Cuándo lo volveré a ver?

Volvieron sobre sus pasos para besarse otra vez; y entonces Emma le hizo la promesa de encontrar muy pronto, como fuese, la ocasión permanente para verse en libertad, al menos una vez por semana. Emma no lo dudaba. Estaba, además, llena de esperanza. Iba a recibir dinero.

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