Madame Bovary

Capítulo VI

En los viajes que hacía para verla, León cenaba a menudo en casa del boticario, y por cortesía se creyó obligado a invitarle a su vez.

—¡Con mucho gusto! —respondió el señor Homais—; además, necesito remozarme un poco, pues aquí me estoy embruteciendo. ¡Iremos al teatro, al restaurante, haremos locuras!

—¡Ah!, hijo mío —murmuró tiernamente la señora Homais, asustada ante los vagos peligros que su marido se disponía a correr.

—Bueno, ¿y qué?, ¿no te parece que estoy arruinando bastante mi salud viviendo entre las emanaciones continuas de la farmacia? Así son las mujeres: tienen celos de la ciencia, pero luego se oponen a que uno disfrute de las más legítimas distracciones. No importa, cuente conmigo; uno de estos días me dejo caer en Rouen y ya verá cómo hacemos rodar los monises.

En otro tiempo el boticario se hubiera guardado muy bien de emplear semejante expresión; pero ahora le daba por hablar en una jerga alocada y parisina que encontraba del mejor gusto; y como Madame Bovary, su vecina, interrogaba con curiosidad al pasante sobre las costumbres de la capital, hasta hablaba argot para deslumbrar… a los burgueses, diciendo turne, bazar, chicard, chicandard, Breda street, y Je me la casse, por: me voy.

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