Saqué con orgullo el paquete de pesos de mi tirador y conté, apretándolos bien en una esquina para que no me los llevara el viento.
-¿Sabe cuántos, don Segundo?
-Vos dirás.
-Ciento noventa y cinco pesos.
-Ya tenés pa comprarte una estancita.
-Unos potros sí. [175]
Tusé mis caballos, chiflando de contento, y acomodé mis prendas con'prolija satisfacción. Los pesos, que sentía hinchar mi tirador, me daban un aplomo de rico y pasé la mañana acomodando cuanto tenía para ponerlo todo a la altura de mi riqueza.