Casa de Muñecas

Los dos dramas incluidos aquí, Casa de muñecas y Hedda Gabler, fueron recibidos tempestuosamente por el público y la crítica. En el caso del segundo —la historia de la orgullosa hija del general Gabler— se trataba del desconcierto del público ante lo que podría interpretarse como justificación, y hasta exculpación, de los actos en verdad poco escrupulosos moralmente de la protagonista y su huida final al castigo, ya que su fin significa en cierto modo una victoria de la fidelidad a sí misma del personaje, otra de las preocupaciones centrales del dramaturgo. Hoy, al cabo de un siglo, los problemas planteados en estos dramas siguen apasionando y de ninguna forma pueden considerarse resueltos, pero las batallas que se han venido luchando en estas trincheras han hecho olvidar el escándalo inicial. Nora Helmer y Hedda Gabler se han incorporado a la galería de figuras de la cultura occidental, junto a Ana Karenina o Emma Bovary; han alcanzado como éstas la condición de prototipos y nadie se pregunta hoy, como se hizo insistentemente hace un siglo, si Nora volvería al hogar (pregunta a la que Ibsen contestó rotundamente con la única respuesta posible: «Yo qué sé») ni se extraña de la conducta de Hedda Gabler, como no se discuten las acciones de Medea o de Fedra. Durante estos cien años, las más grandes actrices de la escena internacional, desde les monstres sacrés de comienzos de siglo —Réjane, Mrs. Patrick Campbell, Eleonora Duse— hasta llegar a Ingrid Bergman, Peggy Ashcroft, Claire Bloom o Maggie Smith, han interpretado estos dos «grandes papeles» por excelencia, tan ricos en emoción, en golpes teatrales, en parlamentos y situaciones con los que es posible expresar toda la gama de las emociones de la mujer.

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