María

Capítulo 30

 

En la mañana siguiente, mi padre dictaba y yo escribía, mientras él se afeitaba, operación que nunca interrumpía los trabajos empezados, no obstante el esmero que en ella gastaba siempre. Su cabellera rizada, abundante aún en la parte posterior de la cabeza, y que dejaba inferir cuán hermosos serían los cabellos que llevó en su juventud, le pareció un poco larga. Entreabriendo la puerta que caía al corredor, llamó a mi hermana.

—Está en la huerta —le respondió María desde el costurero de mi madre—. ¿Necesita usted algo?

—Ven tú, María —le contestó a tiempo que yo le presentaba algunas cartas concluidas para que las firmase—. ¿Quieres que bajemos mañana? —Me preguntó firmando la primera.

—Cómo no.

—Será bueno, porque hay mucho que hacer: yendo ambos, nos desocuparemos más pronto. Puede ser que el señor A… escriba algo sobre su viaje en este correo: ya se demora en avisar para cuándo debes estar listo. Entra, hija —agregó volviéndose a María, la cual esperaba afuera por haber encontrado la puerta entornada.

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