María

El blanco pórtico, que frontero al edificio daba entrada al patio, se destacaba en la oscuridad de la llanura proyectando sus capiteles sobre la masa informe de las cordilleras lejanas, cuyas crestas aparecían iluminadas a ratos por fulgores de las tormentas del Pacífico.

María —me decía, atento a los quedos susurros, respiros de aquella naturaleza en su sueño— María se habrá dormido sonriendo al pensar que mañana estaré de nuevo a su lado… ¡Pero después! Ese después era terrible: era mi viaje.

Parecióme oír el galope de un caballo que atravesase la llanura; supuse que sería un criado que habíamos enviado a la ciudad hacía cuatro días, y al cual esperábamos con impaciencia, porque debía traer correspondencia importante. A poco se acercó a la casa.

—¿Camilo? —pregunté.

—Sí, mi amo —respondió entregándome un paquete de cartas después de alabar a Dios.

El ruido de las espuelas del paje despertó a mi padre.

—¿Qué es esto, hombre? —interrogó al recién llegado.

—Me despacharon a las doce, mi amo, y como el derrame del Cauca llega al Guayabo tuve que demorarme mucho en el paso.

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