María

En los últimos tiempos, por su enfermedad, y más, por ser aparente para ello, cuidaba en Santa R… del huerto y la lechería; pero el principal objeto de su permanencia allí era recibirnos a mi padre y a mí cuando bajábamos de la sierra.

Niños María y yo, en los momentos en que Feliciana era más complaciente con nosotros, solíamos acariciarla llamándola Nay; pero pronto notamos que se entristecía si le dábamos ese nombre. Alguna vez que, sentada a la cabecera de mi cama, a prima noche, me entretenía con uno de sus fantásticos cuentos, se quedó silenciosa luego que lo hubo terminado; y yo creí notar que lloraba.

—¿Por qué lloras? —le pregunté.

—Así que seas hombre —me respondió con su más cariñoso acento— harás viajes y nos llevarás a Juan Angel y a mí; ¿no es cierto?

—Sí, sí —le contesté entusiasmado—: iremos a la tierra de esas princesas lindas de tus historias… me las mostrarás… ¿Cómo se llama?

—Africa —contestó.

Yo me soñé esa noche con palacios de oro y oyendo músicas deliciosas.

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